29 de marzo de 2008

De reformas... Otra vez.

La última batalla se desarrolló sin demasiada violencia, fue una pequeña escaramuza que, de haberse celebrado en cualquier otro escenario de la amplia existencia no habría tenido importancia alguna. Sin embargo, ahí estaba, en el centro de la vida misma, arremetiendo contra algunos soportes que aún quedaban por afianzar. Entre lamentos y gritos de protección y protesta, los cuadros iban cayendo uno a uno al suelo, rompiéndose en añicos con la fragilidad de una mirada fugaz en medio de un paseo: ahí va el recuerdo de una bonita sonrisa, ahí el de una amistad querida, ahí el de una persona valorada... Sin discreción, las pequeñas cosas que uno tenía por ciertas y valiosas se iban cristalizando y fragmentando. Atravesando todo aquel barullo, un vapor denso y dulce se apoderó finalmente de la sala y acalló el quejido de los débiles sentimientos que por allí habitaban y que quedaron, también, intoxicados por la nube letal.


A la mañana siguiente desperté entre polvo y viento, lo que pareció un conflicto menor en una nota lejana dejó, ciertamente, al descubierto algunas grietas que no había sido capaz de apreciar anteriormente. Algunas heridas que intenté apañar con esparadrapos mostraban ahora claramente que los arreglos habían sido una chapuza. De improviso, en medio del caos presente, se abrió la puerta de la sala y entraste, mezclada torpemente con un aire de esperanza y algo de frescura. Levemente te sentaste a mi lado, apoyándote sobre amasijos de descontento y apartando a un lado algunos escombros de tristeza y decepción. Tu charla despreocupada y amigable fué calando poco a poco en mi consciencia a la vez que empequeñecía, al mismo ritmo, las imágenes de ruina que uno se empeña en crear inmensas en su mente.


Las sombras de un triste y lento despertar me impidieron, tiempo atrás, contemplarte bajo la luz de tu cálida belleza y tu dulce sonreir. Sin embargo ahora, en armonía con tu mirada iban desapareciendo en grupos. Lentamente, con arte de maestro, fuiste limpiando rinconcitos de mi habitación a golpe de vistazo, apaleando murmullos grises mientras blandías una carcajada y vaciando espacios sobrecargados con nada más y nada menos que pequeños y valiosos comentarios. Así, con paciencia y dedicación todo quedó vacío, nada más que un solar con un parqué mas o menos colocado y un amplio cielo abovedado entre los dos.


Aunque para algunos un solar vacío no tiene más valor que el propio suelo, los soñadores tenemos la manía de vislumbrar una realidad añadida en las cosas que tocamos. Así como el carpintero vió la imagen de su amada esculpida en un tronco reseco, yo veía una fantástica oportunidad para sentarnos a contemplar gotas de lluvia caer y para sentir la simplicidad misma del poder sentir, para vivir en primera persona eso que llaman vida, para querer y ser querido... En definitiva, para equivocarme contigo y aprender contigo día tras día; para soñar con realidades utópicas que, una vez alcanzadas dejen de ser utopía y pasen a ser una vida construida sobre parqué.

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