23 de noviembre de 2006

Otoño

Otra mañana de otoño como cualquier otra, he visto cientos parecidas y como siempre iba paseando lentamente, haciendo el camino que jamás se sabe donde acaba pero que siempre arranca una sonrisa y melancolía al volver atrás la mirada para recordar pero ésta mañana tenía algo especial.

Por primera vez deje de andar el camino y me paré a contemplar aquel paisaje idílico lleno de secretos que invitaban a ser conocidos, sus hojas de colores ocres que parecían fuminarme con la mirada, aquellas formas que se dejaban acariciar con el viento sin perder un ápice de su intensidad.

El tiempo había parado y jamás sabré cuánto tiempo pasé allí, intentando convencerme de que era solo mía, que allí jamás habría nadie excepto yo. Me equivocaba. Por allí pasaban otros, algunos que como yo se paraban un momento a contemplar y otros que pasaban de largo, pero ninguno sentía lo que yo...

Después de todo yo no era nadie para aquella maravilla, empecé a sentirme minúsculo y mareado ante la grandeza de aquella castaña mañana de otoño. Cuando estaba a punto de caer una brisa levantó mi cuerpo, me elevó a lo más alto donde solo quedabamos ella y yo. Ahí fui feliz. Pero como siempre la felicidad no dura, y me di cuenta de que también había otros y que caía sin remedio, para golpearme en lo más profundo del alma.

Desde entonces, sigo caminando y aún contemplo la belleza de las marrones mañanas de otoño que invitan a más, pero es posible que ahora solo las admire, pero que ya nunca pueda amarlas y por eso ando, ando intentando no caer en sus encantos.

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