1 de julio de 2013

Siempre tú.

La luz del sol temprano atravesaba tímidamente las rejas de la persiana, mezclándose en el aire con una ligera esencia que se expandía por toda la habitación, reflejándose en tu cabello y arrancando suaves destellos de ti, como si de un halo se tratase; todo tu ser se fundía con el ambiente, daba la sensación de que pertenecías a aquel lugar. Con los ojos cerrados y una sonrisa serena, te mecías entre las sábanas, como deseando no despertar. Con ternura entrelacé mis dedos entre los tuyos, me respondiste con una mirada, somnolienta al principio, sin embargo pronto se avivó, las primeras llamas de una hoguera, y finalmente se tornó radiante y cautivadora. Suavemente, me solté de entre tus manos para sumirme en una caricia que recorrió todo tu brazo, comenzando por tu muñeca, para acabar sutilmente apoyada en tu cuello. Sin poder reprimirme más me acerqué a ti y me entregué apasionadamente en un instante que se me antojó infinito, extendiéndose mi consciencia hasta el último rincón de tu ser, hasta el último rincón de la habitación, que ahora era simplemente inconmensurable. Tus latidos, cada vez más intensos, y más; y tu respirar, cada vez más corto y más lleno, y tus brazos, extendidos en un abrazo incalculable, y tu beso, tan cálido, dulce y a la vez frenético, y tus piernas jugando entre las mías, y tú... simplemente tú, y siempre tú.

Una risa juguetona se escapó de tu garganta, en forma de un cálido soplo, y me arrebató un escalofrío que me recorrió por completo. Delicadamente me acerqué a tu oreja y la mordí con ternura, dejando que mi respiración se filtrase a través de ti. Tú te sumiste en un estado de placer inconmensurable y, también, te fundiste por completo con la habitación. Tú respiración y la mía, ambas armonizadas en un juego atemporal, entregados ambos al instante mismo, un instante que perduraría en el tiempo y que sin embargo no saldría de esa habitación.

Aquella mañana hicimos el amor, aquella mañana me encontraba tan cerca de ti que el abismo que nos separaba se me antojó por un instante ridículo, comparado con todo lo que podríamos llegar a hacer. Aquella mañana pude al fin vivir en sueños.

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